Dharma: Es el camino de la Consciencia, es el camino del Alma.
Karma: Es el camino de la ignorancia, es el camino del ego y nos somete a la ley causa y efecto, y a la dualidad.
Con el siguiente cuento será mas fácil enterder y comprender estos conceptos.
CUENTO BUDISTA SOBRE EL BIEN Y EL MAL
La leyenda de Mahaduta
Capítulo 1
Un
rico joyero invitó a un monje a viajar con él y tuvo la oportunidad de oír el
Dharma.
Hace
mucho tiempo, en la India, vivió un joyero muy rico, de nombre Pandú. Cierto
día en que se dirigía en su carruaje hacia la ciudad de Varanasi, Pandú se
regocijaba por la bonanza del tiempo, recién refrescado por una tormenta, y
sobre todo por el dinero que iba a conseguir al día siguiente vendiendo las
joyas en el mercado.
Mirando
hacia adelante, Pandú observó un monje caminando lentamente por un lado de la
carretera. El monje caminaba con pasos firmes y espalda erguida; había algo en
él que irradiaba paz y fortaleza interior. Pandú pensó: ―Si ese monje va a
Varanasi, le pediré si quiere viajar conmigo. Parece un santo y yo he oído que
la compañía de hombres santos siempre trae buena suerte‖. Así que dio órdenes a
su fortachón esclavo, llamado Mahaduta, de parar los caballos.
—Venerable
Maestro del Dharma —dijo Pandú, abriendo la puerta de su carruaje—. ¿Puedo
ofrecerle transporte hasta Varanasi?
—Viajaré
contigo —contestó el monje—, si comprendes que no puedo pagarte, pues no tengo
posesiones materiales. Lo único que puedo ofrecerte es Dharma. —Acepto sus
condiciones —dijo el joyero, que siempre pensaba como si estuviese negociando.
Y así invitó al monje a entrar en su carruaje.
Durante
el viaje, el monje, cuyo nombre era Narada, le habló del karma, que es la ley
de causa y efecto.
—La gente
crea sus propios destinos a través de sus acciones—dijo Narada—. Buenas
acciones generan de un modo natural buena fortuna, mientras que quienes cometen
maldades acaban pagando por ellas tarde o temprano.
Pandúse
encontraba a gusto con su compañero.
Le
gustaba oír cosas con sentido, pues él era un hombre muy práctico, y también
tenía raíces buenas y profundas en el Dharma, ¡aunque esto último él no lo
sabía!
Capitulo 2
El
joyero ordena a su esclavo volcar un carromato cargado de arroz, y el Maestro del
Dharma se lo reprocha sin éxito.
-Pandú,
el joyero, interrumpió ásperamente a Narada cuando su carruaje se paró en mitad
de la carretera.
—¿Qué
ocurre? —gritó irritado a su esclavo Mahaduta—. ¡No hay tiempo que perder!
Varanasi estaba aún diez millas de distancia, y el sol se estaba poniendo por
el Oeste.
—Es
el carromato de un estúpido agricultor en medio de la carretera —vociferó el
esclavo.
El
monje y el joyero abrieron las puertas del carruaje y se asomaron para ver lo
que ocurría. Un poco más adelante, y bloqueando la carretera, había un
carromato cargado de sacos de arroz. La rueda derecha yacía averiada en una
zanja. El agricultor estaba sentado en el suelo intentando reparar una pezonera
rota.
—¡Yo
no puedo esperar! ¡Mahaduta! —gritó Pandú—. ¡Aparta su carromato!
El
campesino se levantó de un salto para protestar y Narada se volvió hacia Pandú para
pedirle que pensase otro modo de resolver la situación.
Pero
antes de que nadie pudiese decir una palabra, el fortachón Mahaduta ya había
saltado de su asiento, y arremetiendo contra el carromato del agricultor, lo
empujó dentro de la zanja. Varios sacos de arroz cayeron en el barro. El
agricultor se fue corriendo y chillando hacia Mahaduta, pero se frenó al darse
cuenta de que el esclavo le doblaba en tamaño y fuerza. Sonriendo
maliciosamente, Mahaduta levantó su puño; estaba claro que habría disfrutado
dando una paliza al campesino si su amo no tuviese tanta prisa. Al mismo tiempo
que el esclavo volvía a su asiento y retomaba las riendas del carruaje, el
monje se bajó a la carretera, y dirigiéndose a Pandú le dijo:
—Estoy
descansado y en deuda contigo por haberme llevado durante una hora, y qué mejor
modo de saldar esta deuda que ayudando a este desafortunado agricultor al que
tú has maltratado. Al hacerle daño, puedes dar por seguro que un daño similar
te ocurrirá a ti. Así que, tal vez, si le ayudo puedo hacer que tu deuda con él
no sea tan grave. Puesto que además el agricultor fue un familiar tuyo en una
vida previa, tu karma y el suyo están atados de una manera mucho más fuerte de
lo normal.
El
joyero estaba sorprendido. No estaba acostumbrado a que lo regañaran, ni
siquiera con la amabilidad con que el monje lo había hecho. Pero lo que más le
molestó fue la idea de que él, Pandú, un joyero con grandes riquezas, pudiese
estar de algún modo relacionado con un agricultor del arroz. —¡Eso es
imposible! —replicó a Narada.
Narada
esbozó una sonrisa y dijo:
—A
veces la gente más inteligente no alcanza a reconocer las verdades más básicas
de la vida. Pero yo intentaré protegerte contra el daño que te has hecho a ti
mismo.
Molesto
por estas palabras, Pandú hizo una señal vehemente con su mano para que el
esclavo pusiese el carruaje en marcha.
Capítulo 3
Al
oír el Dharma, el agricultor comprendió la ley de causa y efecto.
Devala,
el agricultor, ya se había sentado de nuevo en el suelo, a un lado de la
carretera, intentando reparar de nuevo la rueda. Narada lo saludó inclinando su
cabeza y empezó a empujar el carromato fuera de la zanja. Devala se levantó de
un salto para ayudarlo, pero se dio cuenta de que el monje tenía mucha más
fuerza de lo que se podía esperar de una persona de complexión tan ligera. El
carromato estaba de nuevo en la carretera incluso antes de que Devala la hubo
cruzado. ―Este monje debe ser un santo‖, pensó Devala en silencio. ―Dioses y
espíritus, invisibles protectores del Dharma, deben ayudarlo. Tal vez él pueda
explicarme por qué hoy mi suerte ha dado un giro a peor‖.
Los
dos hombres cargaron los sacos de arroz que Mahaduta había tirado en la zanja,
y entonces, al mismo tiempo que Devala se sentaba de nuevo a arreglar la rueda,
preguntó:
—Venerable
Maestro del Dharma, ¿puede explicarme por qué he tenido que sufrir semejante
injusticia por parte de ese rico tan arrogante a quien nunca había visto antes?
¿Es esto razonable?
Narada
contestó: —Lo que has sufrido hoy no es realmente una injusticia. Has recibido
el pago exacto por el daño que tú causaste al joyero en una vida previa.
El
agricultor dijo asintiendo:
—He
oído a gente decir este tipo de cosas antes, pero nunca he sabido si creerlas o
no.
—No
es algo muy difícil de creer—dijo el monje—. Nos convertimos en lo que hacemos.
Si
haces buenas cosas, serás Buena persona de un modo natural, y cosas buenas le
ocurrían naturalmente. Lo mismo sucede con las maldades. Actos malvados crean
malas personalidades y vidas desafortunadas. Todas las cosas que has pensado,
dicho y hecho crean la clase de persona que eres ahora, y también contienes las
semillas de lo que serás en el futuro. Esta es la ley de causa y efecto, la ley
del karma.
—Tal
vez sea así—dijo Devala—, pero yo no soy una mala persona, y ¡mira lo que me ha
ocurrido hoy!
Narada
le preguntó:
—Sin
embargo, ¿no es cierto que tú habrías hecho lo mismo al joyero si él hubiese
sido el que bloquease la carretera y tú el que llevase un conductor tan
bravucón?
Las
palabras del monje hicieron que Devala enmudeciese. Se dio cuenta de que hasta
el momento en que Narada apareció para ayudarlo, su mente había estado llena de
pensamientos de venganza. Exactamente lo que Narada había dicho es lo que él
había estado pensando: ―Ojalá hubiese sido él quien volcase el carruaje del
joyero para después poder reanudar el viaje con orgullo mientras el ricachón se
quedaba revolcado en el lodo‖.
—Sí,
Maestro del Dharma —admitió—. Es verdad.
Los
dos hombres permanecieron en silencio hasta que la pezonera estaba lista y la
rueda montada de nuevo en el carromato. El campesino seguía cavilando en las
palabras del monje. Aunque Devala no había ido nunca a la escuela, él era un
hombre muy pensativo y siempre intentaba descubrir el porqué de las cosas y las
razones detrás de los sucesos.
De
repente dijo:
—¡Pero
esto es terrible! Ahora que el joyero me ha hecho daño, yo tendré que hacerle
algo malo a él. Entonces él me lo devolverá, y yo volveré a herirle. ¡Y esto
nunca acabará!
—No,
no tiene por qué ser así —dijo Narada—. La gente tiene el poder de hacer cosas
buenas y cosas malas. Encuentra un modo de pagar a este joyero tan orgulloso
con ayuda en lugar de pagarle con daño.
Entonces
el ciclo se romperá.
Devala
asintió dudosamente a la vez que subía a su carromato. Creía lo que el monje le
había dicho, pero no veía como iba a tener la oportunidad de seguir sus
consejos.
¿Cómo
iba a ser posible que él, un pobre campesino, pudiese ayudar a un hombre tan
rico? Invitó a Naradaa sentarse junto a él y tomó las riendas del caballo.
El
caballo apenas había empezado a caminar cuando se paró de repente.
—¡Una
serpiente en la carretera! —gritó Devala—. Pero Narada, mirando más
atentamente, vio que no era una serpiente, sino una bolsa. Bajó del carro y la
recogió. Era muy pesada pues estaba llena de oro.
—La
reconozco. Pertenece a Pandú, el joyero —dijo el monje—. La llevaba entre sus
piernas en el carruaje.
Debe
habérsele caído al abrir la puerta para intentar a verte. ¿No te dije que su
destino estaba unido al tuyo?
Dándole
la bolsa a Devala le dijo:
—Aquí
tienes la oportunidad de cortar las ataduras de violencia y venganza que te
atan al joyero.
Cuando
lleguemos a Varanasi, vete a la posada donde se hospeda y devuélvele el dinero.
Él
pedirá perdón por lo que te hizo, pero tú dile que no guardas ningún rencor y
que le deseas lo mejor. Y escucha atentamente, vosotros dos sois muy parecidos,
y ambos prosperaréis o fracasaréis juntos dependiendo de vuestras acciones.
Capítulo 4
Golpeado
cruelmente y sin razón, el esclavo escapa enfadado.
Devala
obró según las instrucciones del monje. No tenía ningún deseo de quedarse con
el dinero. Sólo deseaba pagar su deuda kármica con el joyero. Al anochecer,
cuando llegaron a Varanasi, fue a la posada donde los hombres ricos solían
hospedarse y pidió ver a Pandú.
—¿Y
quién debo decir que quiere verlo? —dijo el posadero mirando con desdén la
vestimenta del agricultor.
—Dígale
que un amigo ha venido a verlo —contestó Devala.
En
unos minutos, Pandú entró en la habitación donde Devala estaba esperando.
Cuando Pandú vio al campesino ofrecerle su bolsa, se quedó sin habla, lleno de
sorpresa, vergüenza, y también alivio. Pero al momento que se reaccionó, salió
corriendo de la habitación gritando:
—Parad,
parad de golpearle.
Devala
había oído quejidos provenientes de una habitación contigua. Pensaba que habría
alguien agonizando de fiebre. Al poco, un hombre alto y corpulento entró con su
espalda desnuda cubierta de sangre, y amoratada como consecuencia de los golpes
recibidos. Era Mahaduta, el esclavo del joyero. Un oficial de policía lo seguía
con un látigo en una mano y un palo en la otra.
Al
ver a Devala, Mahaduta se sorprendió y dijo:
—Mi
amable amo pensó que le había robado la bolsa. Hizo que me golpearan para que
confesase. Este es mi castigo por hacerte daño siguiendo sus órdenes.
Y a
trompicones y sin dirigir palabra a su amo, salió fuera y se perdió en la noche.
Pandú lo vio irse, pensando que debía decir algo. Pero era demasiado orgulloso
para pedir el perdón de un esclavo, especialmente delante de otra gente.
Capítulo 5
El
agricultor pagó de vuelta las malas acciones del joyero y el malentendido se
solucionó.
El
joyero no había tenido la oportunidad de saludar a Devala, ni de coger su
bolsa. Justo cuando iba a hablar, un hombre corpulento vestido con ricas sedas
entró en la habitación gritando:
—Pandú,
me contaron lo que ha pasado. La rueda de la fortuna gira y gira, ¿no es así?
Hace diez minutos parecía que ambos estábamos arruinados y ahora todo vuelve a
estar bien. Venga, toma la bolsa, por lo que más quieras, y dale las gracias a
este buen hombre.
Pandú
tomó la bolsa e inclinó su cabeza ligeramente hacia el agricultor:
—Yo
me porté mal contigo y como pago tú me has ayudado. No se cómo podré pagarte
por lo que has hecho.
—¿Cómo?
¡Dale una recompensa, Pandú! —el hombre gordo chilló—. ¡Recompénsalo!
Inclinándose
hacia Pandú, Devala dijo:
—Te
he perdonado y no necesito ninguna recompensa.
Si
no hubieses ordenado a tu esclavo volcar mi carro, posiblemente nunca habría
tenido la oportunidad de conocer al Venerable Narada, ni de oír sus enseñanzas,
las cuales me han beneficiado más que cualquier cantidad de dinero.
He
tomado la resolución de nunca volver a dañar a otro ser vivo, ya que no quiero
que me vuelvan a suceder calamidades como consecuencia de ello.
Esta
resolución ha hecho que me sienta seguro y en control de mi vida de una manera
que nunca antes había sentido.
—¡Narada!
—dijo Pandú—. ¡Así que él te ha enseñado! Él me instruyó a mí también pero me
temo que no escuché muy bien... Toma esto, buen hombre—. Y dio a Devala varias
piezas de oro de su bolsa. —Y dime, ¿sabes dónde se hospeda el Venerable
Maestro del Dharma en Varanasi?
—Sí,
lo acabo de dejar en el monasterio que hay junto a la entrada Oeste de la
ciudad —Devala contestó—. De hecho, él me dijo que era posible que tú quisieses
verlo. Me pidió que te dijese que puedes visitarlo mañana por la tarde.
Pandú
se inclinó de nuevo, esta vez con mayor dignidad y reverencia.
—Ahora
sí que tengo una verdadera deuda contigo —dijo Pandú—. Y también creo en algo
que Narada me dijo. Él dijo que tú y yo fuimos parientes en vidas previas y que
nuestros destinos discurren juntos. Parece que hasta hemos encontrado al mismo
maestro.
Capitulo 6
La
buena fortuna llega al agricultor como recompensa por su buena acción.
El
hombre gordo había estado escuchando impacientemente.
—Sí,
sí, toda esta cháchara filosófica está muy bien —dijo alzando la voz—, ¡pero
ahora hablemos de negocios!
Y
girándose hacia Devala continuó:
—Deja
que me presente, soy Mallika el banquero, amigo de Pandú. Tengo un contrato con
el secretario del rey para proveer el mejor arroz para su cocina, pero hace
tres días, mi competidor, deseando mi fracaso frente al rey, compró todo el
arroz en Varanasi. Si no hago la entrega mañana estaré arruinado. Pero ahora,
amigo mío, tú estás aquí, ¡y eso es lo que importa!
¿Es
tu arroz de primera calidad? ¿Fue dañado por el idiota de Mahaduta? ¿Cuánto
arroz tienes? ¿Tienes un acuerdo para venderlo? ¡Habla!
Sonriendo
ante la impaciencia del banquero, Devala contestó:—He traído mil quinientas
libras de arroz de primera calidad.
Sólo
uno de los sacos se mojó un poco en el barro. No tengo nada apalabrado y tenía
previsto llevarlo al mercado mañana por la mañana.
—¡Espléndido!
¡Espléndido! ¿Al mercado dices? —Mallika exclamó frotándose las manos—. Supongo
que aceptarás el triple de lo que obtendrías en el mercado, ¿no?
—Lo
aceptaré —respondió Devala.
—Claro
que sí —dijo el banquero.
Llamó
a sus sirvientes e hizo que descargaran el carro de Devala inmediatamente, y se
dispuso a pagarle generosamente. Al mismo tiempo que contaba y ponía las
monedas de oro en las manos de Devala, le dijo a Pandú:
—Un
hombre nunca sabe de dónde vendrá la ayuda cuando la necesita.
Nunca
pierdas la esperanza, pues la vida es un maravilloso misterio, ¿no?... Y esto
completa el pago.
—¡No
lo malgastes en el juego! —dijo Mallika a Devala—. Mientras se retiraba
riéndose para continuar con su cena.
Devala
no tenía intención de gastárselo en juegos o apuestas. Él ya había tomado la
resolución de ir al monasterio donde el Venerable Narada vivía y ofrecer la
mitad de su beneficio a la Triple Joya. El resto se lo llevó a su casa y lo
gastó con cuidado a medida que lo necesitaba. A partir de ese día vivió
prósperamente. Debido a su honestidad y sabiduría la gente de su pueblo llegó a
considerarlo como su líder.
Capítulo 7
Estamos
estrechamente relacionados con el resto de seres vivos.
Al
día siguiente por la tarde, Pandú fue al monasterio junto a la entrada Oeste de
la ciudad. Narada lo recibió en la sala de huéspedes. Después de haber oído al
joyero contar lo acontecido en la posada, el monje le dijo:
—Todavía
tienes muchas dudas y preferiría no darte la explicación completa de lo que
pides, pues no la aceptarías. Tu fe no es tan completa como la del agricultor
Devala, así que aún tendrás que pasar más pruebas antes de poder convertirte en
un verdadero discípulo de Buda.
—Venerable
Maestro del Dharma —dijo Pandú humildemente—. Le imploro que me lo explique,
pues así podré seguir mejor sus sabios consejos.
—Muy
bien —dijo el monje—. Recuerda lo que te voy a decir y reflexiona bien sobre
ello. En el futuro podrás llegar a comprenderlo. Te he explicado ya como todos
y cada uno de nosotros crea su propio destino en función de lo que hace. Tu
amigo rico, Mallika, por ejemplo, tiene muchas bendiciones, aunque muy poca sabiduría.
Cree que la rueda de la fortuna, como él la llama, da vueltas y vueltas
misteriosamente. Pero no hay misterio alguno. Su prosperidad y felicidad no
tienen nada que ver con ninguna fuerza fuera de sus acciones, palabras y
pensamientos. Vida tras vida él es rico y feliz simplemente porque vida tras
vida él ha sido amable y generoso. Yo no creo que él hubiese tratado a ningún
esclavo del modo en que tú trataste a Mahaduta.
—Es
cierto —dijo Pandú—. Intentó frenarme. Pero yo estaba furioso y no lo escuché.
—Sí
—dijo Narada asintiendo—.Y no pienses que estás libre de la deuda contraída con
Mahaduta por haber hecho que lo apaleasen de un modo tan cruel y sin razón. No
pienses que tú estás solo en este mundo, o que tus acciones no tienen
consecuencias. Recuerda que tarde o temprano cada una de tus acciones, ya sean
buenas o malas, grandes o pequeñas, te será devuelta del mismo modo y en la
cantidad exacta. De ahí el dicho: ―Planta legumbres y cosechará legumbres;
planta melones y cosechará melones‖. La bondad produce cosas buenas, mientras
que la maldad trae consigo cosas malas. Trata a todas las criaturas vivas del
mismo modo que a ti te gustaría ser tratado. Es verdad que tú no eres distinto
del resto. Estás hecho de la misma sustancia básica que el resto de seres
vivos; por eso, en cada una de tus acciones y pensamientos, estás relacionado
con el resto de seres vivos de un modo incluso más íntimo que la relación que
existe entre los órganos de tu cuerpo.
—Si
realmente puedes comprender esto en tu corazón —continuó Narada—, ya no tendrás
más deseos de causar daño a otros seres vivos, porque comprenderás que ellos
son iguales a tí. Sentirás sus sufrimientos como los tuyos propios, y siempre
intentarás ayudarlos. Deja que este verso te sirva de guía:
Aquel
que causa daño a otros se daña a sí mismo;
Aquel
que ayuda a otros se ayuda a sí mismo aún más.
Para
encontrar el Camino puro, el Sendero de Luz,
Abandona
la falsedad de que tienes un ego.
Pandú
se levantó y se postró tres veces ante el Maestro del Dharma, algo que nunca
antes había hecho con nadie. Entonces dijo:
—No
olvidaré tus palabras, Maestro del Dharma
Voy
a establecer un monasterio en mi ciudad natal Kaushambi, para que la gente de
allí tenga la oportunidad de escuchar este Dharma tan maravilloso. Sólo espero
que el Maestro del Dharma, con su compasión, me ayude a completar este voto que
ahora hago.
Capítulo 8
Aunque
Pandu estableció el monasterio, él no puso las enseñanzas en práctica.
Los
años pasaron y Pandú, el joyero, prosperó. Tomó refugio con Narada y se
convirtió en su discípulo, y fue uno de los que dio más donaciones y ofreció
protección al monasterio de Kaushambi, que él mismo había ayudado a que Narada fundase.
Siempre que podía poner aparte sus negocios, iba a escuchar las lecturas y
explicaciones de los Sutras que daba el monje Panthaka, abad del monasterio y
discípulo veterano de Narada. Pandú siempre estaba dispuesto a recibir las
instrucciones de Narada cuando éste visitaba la ciudad, pero luego nunca ponía
las enseñanzas que oía en práctica. Él pensaba que la cultivación era cosa de
monjes, y sus negocios lo mantenían demasiado ocupado.
Capítulo 9
La
corona le trae la desgracia a Pandu, y él no puede escapar de su retribución.
Un
día, transcurridos seis o siete años desde su primer encuentro con el Venerable
Narada en el camino hacia Varanasi, el taller de Pandú recibió un encargo muy
especial. El rey del país vecino, al otro lado de las montañas, deseaba una
nueva corona real. Él había oído hablar de la gran calidad de los productos de
joyería de Pandú.
La
corona tenía que ser de oro con incrustaciones de las mejores piedras preciosas
de toda la India.
Los
reyes de la India siempre habían tenido debilidad por las piedras preciosas y
Pandú había soñado a menudo con convertirse en el joyero oficial de una casa
real, pues entonces él tendría asegurada no sólo prosperidad sino también
grandes riquezas.
Ahora
su oportunidad había llegado.
Pandú
dio órdenes de comprar los mejores zafiros, rubíes y diamantes que se pudiesen
encontrar. Invirtió la mayor parte de su patrimonio en ellos.
Diseñó
y trabajó en la corona él mismo. Después, usando una escolta numerosa de
hombres armados para protegerse de los ladrones de las montañas, se dispuso a
viajar al país vecino.
Todo
estaba bien hasta que llegaron a un estrecho sendero cerca de la cima de la
montaña.
Allí
un grupo de fieros ladrones descendieron con estrépito sobre la caravana.
Aunque la escolta de Pandú era mayor en número, los caballos asustados y el
sendero tan estrecho dificultaron la defensa.
En
cuestión de minutos, los hombres de Pandú habían sido desarmados.
Dos
hombres sucios y sin afeitar abrieron la puerta del carruaje del joyero, lo
sacaron fuera y después de tirarlo al suelo empezaron a golpearlo.
Pandú
aguantó los golpes, pensando sólo en la bolsa escondida bajo sus ropas,
apretándola contra su pecho. En la bolsa estaba la corona y una colección de
piedras preciosas con las que él había planeado tentar a la hija del rey y a la
reina.
Capitulo 10
El
jefe de los bandidos demanda el pago de la deuda.
—¡Parad
un momento! —se oyó gritar—. Era una voz que Pandú había oído antes, aunque al
principio no podía recordar de quién era. —¡Parad de golpearle he dicho!
Pandú
abrió sus ojos. Allí delante de él y vestido con pieles de animales y un
pañuelo rojo en su cabeza estaba Mahaduta, el esclavo que él había hecho
apalear unos años antes. Pandú había oído que entre los ladrones de las
montañas, el jefe más importante era un antiguo esclavo de Kaushambi. Lo que
nunca se le había ocurrido era pensar que fuese su propio esclavo.
—Comprobad
que es lo que tiene en su mano derecha —Mahaduta ordenó con firmeza—. Uno de
los hombres que le había estado golpeando puso una rodilla en el estómago de
Pandú y la otra sobre el brazo separado de su cuerpo, y luego tomó sin mayores
problemas la bolsa del joyero.
—Yo
guardaré eso. Yo ya he pagado por ello —dijo Mahaduta—. Tomó la bolsa y la
guardó bajo su ropa.
—¿No?
Amo —preguntó a Pandú en un tono cínico y lleno de amargura.
—¿Lo
matamos entonces? —inquirió uno de los ladrones a su jefe.
Mahaduta
miró a Pandú, pero en lugar de enfado o miedo, algo que podía haber aumentado
su odio, él sólo vio tristeza y resignación en los ojos de su víctima.
Él
no sabía que en ese momento Pandú se estaba acordando de las palabras del
Venerable Narada, tan claras como si las hubiese oído ayer:
―No
pienses que estás libre de la deuda que debes a Mahaduta por haber hecho que lo
apaleasen de un modo tan cruel y sin razón. No pienses que tú estás solo en
este mundo, o que tus acciones no tienen consecuencias... Si realmente puedes
comprender esto en tu corazón, ya no tendrás más deseos de causar daño a otros
seres vivos, porque comprenderás que ellos son igual que tú. Sentirás sus
sufrimientos como los tuyos propios‖. Pandú suspiró. De repente se dio cuenta
que nunca había aceptado las instrucciones de su maestro. Nunca había creído
realmente que eran para él, sino para que se las aplicaran a otros. Iba a morir
ahora, de un modo violento y antes de su hora, sin la oportunidad de despedirse
de su familia. Él había sido el causante de todo, ocurría por su propia culpa.
Ni
siquiera una vez se le había pasado por la cabeza el pensar en la suerte de su
esclavo Mahaduta. Los sufrimientos que debía haber pasado en las montañas
durante los helados días de invierno; la senda del mal que había tomado, llena
de desesperación y peligro, en la que Pandú había empujado a Mahaduta. Todas
esas consideraciones nunca habían cruzado en su mente. Pero ahora había llegado
el momento de pagar. Se aclaró la garganta y habló humildemente a Mahaduta: —Es
verdad, tú ya has pagado.
Giró
su cabeza y se quedó esperando el siguiente golpe. Para su sorpresa, Mahaduta dijo
a sus hombres:
—Dejadlo
ahí en el suelo. Su carruaje tiene un compartimento secreto bajo el asiento del
conductor. Abridlo y encontraréis un cofre lleno de monedas de oro. Las
dividiremos en partes iguales. Hoy es un gran día para todos nosotros. Los
bandidos saltaron al carruaje con gran excitación. Pero Mahaduta no sentía
ningún tipo de alegría al llevar a cabo su venganza.
Había
pasado muchas mañanas heladas deseando que llegase este momento. Y ahora que por
fin había llegado, sentía pesadez y remordimiento, como si estuviese
maltratando a un miembro de su propia familia. Se dirigió a sus hombres
diciéndoles que parasen de golpear a los hombres de Pandú.
—No
matéis a ninguno; preocupaos sólo de coger todo
lo
que podáis.
El
cofre lleno de oro les sirvió de distracción. Estaba escondido en el sitio
exacto donde Mahaduta lo había puesto muchas veces en años pasados. El jefe de
los ladrones dejó que Pandú y sus hombres abandonasen las montañas y volviesen
a Kaushambi. Esa noche, cuando sus cómplices estaban contando el oro y
riéndose, Mahaduta escondió la bolsa que había cogido a Pandú en una grieta de
su cueva. No volvió a tocarla en mucho tiempo.
Capítulo 11
Pagó
su deuda kármica pacíficamente obtuvo la felicidad verdadera.
Después
del robo, Pandu ya no era un hombre rico. Había perdido la mayoría de su
capital, y sin capital un joyero puede hacer poco. Pero él no culpó a nadie por
su pérdida, sino a sí mismo.
—Cuando
era joven me porté mal con otras personas —dijo a su familia—. Lo que me ha
ocurrido ahora es simplemente el pago por mi dureza y arrogancia.
Arrepentirse
y cultivar según las enseñanzas de Buda le llegó ahora de un modo natural, y
adoptó la costumbre de recitar el nombre de Buda siempre que su mente no estaba
ocupada en negocios o hablando.
Gradualmente
se dio cuenta que en el fondo de su corazón ahora era más feliz que cuando era
rico. Lo único que resentía era que ya no podía hacer ofrendas al monasterio
para apoyar el Dharma o ayudar a la gente pobre de la ciudad, algo que antes
nunca había pensado mucho en hacer.
Capítulo 12
Los
ladrones se rebelan y golpean a su jefe llevándolo al borde de la muerte.
Varios
años pasaron. Un día, Panthaka, abad del monasterio en Kaushambi, fue atacado
por la banda de Mahaduta mientras caminaba solo en un peregrinaje a través de
las montañas. Panthaka no llevaba dinero y Mahaduta le dio un par de golpes y
lo dejó seguir. Panthaka no caminó más ese día.
A la
mañana siguiente, al poco de empezar a caminar, oyó gritos de lucha junto a la
carretera. Un hombre chillaba de dolor. Panthakase apresuró con la esperanza de
disuadir a los bandidos para que dejasen de golpear al viajero. Pero en lugar
de un inocente viajero, era el propio Mahaduta quien era atacado. Estaba
rodeado por una docena de sus propios hombres como un león acorralado por
perros de caza. Con su palo golpeó a varios de los ladrones pero al final
sucumbió. Fue golpeado con su propio palo hasta que se quedó inmóvil en el
suelo.
Panthaka
se quedó escondido hasta que los bandidos se fueron. Entonces se acercó a
Mahaduta y vio que le quedaba poca vida. Panthaka bajó a un riachuelo que
discurría entre las rocas no lejos de allí. Llenó su cuenco con agua fresca y lo
llevó al hombre moribundo.
Mahaduta
bebió y abrió sus ojos lentamente. Chilló de dolor:
—¿Dónde
están esos bandidos a los que yo he llevado a la victoria tantas veces? Habrían
sido ahorcados hace tiempo si no hubiese sido por mí.
Capitulo 13
El
Maestro del Dharma fue al rescate y aconsejó al jefe de los bandidos que se
arrepintiese de sus ofensas.
—Cálmate
—dijo Panthaka—. No pienses en tus camaradas ni en las fechorías que habéis
hecho juntos, piensa en tu destino. Ahora bebe un poco de agua, y déjame que te
vende las heridas. Tal vez tu vida se pueda salvar.
Mahaduta
miró atentamente a Panthaka por primera vez.
—¡Tu
eres el monje a quien yo apaleé ayer mismo! Y ahora vienes a salvarme la vida.
Haces que me avergüence.
Bebió
un poco más de agua y miró alrededor suyo.
—Y
los otros han escapado. ¡Perros desagradecidos! Yo fui quien les enseñé a
pelear y ahora se vuelven contra mí.
—Tú
les enseñaste a pelear —dijo Panthaka, —y te pagan peleando. Si les hubieses
enseñado amabilidad, te hubiesen pagado con amabilidad. Has recibido la cosecha
que tú sembraste.
—Lo
que dices es verdad. Muchas veces temí que se volverían contra mí... ¡Ay! ¡Ay!
—se quejó cuando Panthaka intentó levantarlo por el hombro.
—No
creo que puedas salvar mi vida, pero dime, si puedes, cómo me puedo salvar del
sufrimiento de los infiernos, que me merezco como pago por una vida llena de
maldad. Últimamente he sentido como si mi final estuviese cerca, y la angustia
de lo que viene después me pesaba como si llevase una gran piedra oprimiéndome
el pecho; a veces casi no podía ni respirar.
—Arrepiéntete
sinceramente de tus ofensas y refórmate —Panthaka le dijo—. Arranca de raíz la
codicia y el odio de tu corazón y, en su lugar, llénalo de pensamientos de amor
hacia todos los seres vivos.
—Pero
yo desconozco esos buenos sentimientos —dijo Mahaduta—. Mi vida ha sido una
historia llena de maldades, sin nada bueno. ¡Voy a ir directo a los infiernos
sin tener la oportunidad de ir por el Camino noble que tú has caminado, Maestro
del Dharma!
Capítulo 14
Un
pensamiento egoísta rompió el hilo de la araña.
—No
desesperes —contestó Panthaka—. Y no infravalores el poder del arrepentimiento
y la reforma. Recuerda que un único pensamiento sincero de arrepentimiento
puede borrar diez mil eones llenos de maldades.
Por
ejemplo, ¿has oído hablar del gran ladrón Kandata, que murió sin arrepentirse y
cayó a los Infiernos Ininterrumpidos? Después de haber sufrido allí durante
varios eones, el Buda Sakyamuni apareció en el mundo y obtuvo la iluminación
bajo el árbol de Bodhi. Los rayos de luz que en ese momento salieron de entre
sus cejas penetraron en los infiernos e inspiraron a los seres que allí sufrían
a tener esperanza y a buscar una nueva vida. Mirando hacia arriba, Kandata vio
al Buda meditando bajo el árbol de Bodhi y exclamó:
—¡Sálvame,
sálvame, Tú, Honrado por el Mundo! Yo estoy sufriendo aquí por todas las
maldades que he cometido, ¡y no puedo salir! ¡Ayúdame a andar el Camino que tú
has caminado, Honrado por el Mundo!
Buda
miró hacia abajo y vio a Kandata.
—Te
guiaré en tu liberación —dijo al ladrón—, pero debe ser mediante el uso de tu
propio buen karma. ¿Qué cosas buenas hiciste, Kandata, cuando estabas en el
mundo de los hombres?
Kandata
permaneció en silencio, pues había sido un hombre muy cruel.
Pero
el Honrado por el Mundo, con su ojo de Buda, miró en el pasado de Kandata y vio
que una vez, cuando iba caminando por un sendero en el bosque, evitó pisar una
araña y pensó:
―La
araña no ha herido a nadie, ¿por qué habría de aplastarla?‖ Al ver esto, el
Buda envió una araña para que tejiese un hilo muy fino que bajase a los
Infiernos Ininterrumpidos.
—Sujétate
al hilo —dijo la araña—. ¡Y date prisa en subir!
Kandata
se apresuró a coger el hilo y empezó a subir. El hilo aguantaba bien. Subía
rápido, cada vez más alto.
De
repente notó que el hilo temblaba, como si un nuevo peso hubiese sido añadido.
Kandata miró hacia abajo y vio que otros seres de los infiernos habían empezado
a trepar también por el hilo.
El
hilo se estiraba cada vez más, pero sin romperse. Más y más seres del infierno
se aferraban al hilo. Kandata ya no miraba a Buda, en su lugar, lleno de miedo,
miraba a los otros seres del infierno que subían por debajo de él. Paró de
subir. ―¿Cómo puede este hilo soportar el peso de todos?‖, pensó.
—¡El
hilo es mío! —gritó hacia abajo—. ¡Soltadlo! ¡Soltadlo! ¡Es mío!
Capítulo 15
Tras
arrepentirse sinceramente, Mahaduta murió en paz.
—El
arrepentimiento de Kandata no fue sincero —dijo Panthaka a Mahaduta—. No se
reformó. El hilo de araña hubiese aguantado, porque un pensamiento generoso
tiene la fuerza suficiente para salvar la vida a miles. Pero Kandata rompió el
hilo. Él todavía se aferraba a la ilusión de su ego, y sus malos hábitos eran
muy fuertes. No estaba dispuesto a ayudar a nadie más. Incluso el Honrado por
el Mundo no lo pudo salvar.
—Déjame
pensar a ver si puedo encontrar un hilo que me ayude a mí —dijo Mahaduta llorando—.
Si hay algo bueno que pueda hacer, no me lo guardaré para mí.
Los
dos hombres permanecieron en silencio durante un rato. Mientras, Panthaka lavó
las heridas de Mahaduta. El jefe de los ladrones respiraba ahora más tranquilo.
Al final dijo:
—Hay
una cosa buena que hice una vez, si se puede llamar bueno a parar de hacer algo
malo.
—Sí
que se puede —dijo Panthaka.
—Sí,
hay una cosa buena que todavía puedo hacer. ¿Conoces por casualidad a Pandú, el
rico joyero de Kaushambi?
—Soy
de Kaushambi y lo conozco bien —dijo Panthaka—. Aunque él ya no es rico.
—¿No?
Siento oír eso. ¡Qué raro! Debería estar contento, pues él fue quien me enseñó
a ser rudo y a maltratar a la gente. Cuando era un esclavo joven, él me envió a
aprender a pelear con un luchador, para así poder ser su guardaespaldas.
Siempre que abusaba de alguien, él me recompensaba. Su corazón era duro como
una roca. Una vez hizo que me apalearan, y fue entonces cuando escapé a las
montañas.
Pero
me han dicho que ha cambiado, y que ahora se le conoce en todos los sitios por
su amabilidad y benevolencia. Es algo difícil de imaginar. ¿Es eso cierto
Maestro de Dharma?.
—Sí,
es cierto —dijo Panthaka—. El poder del arrepentimiento sincero es realmente
inconcebible, y nunca deja de sorprenderme.
—Muchas
veces planeé vengarme de ese hombre —Mahaduta continuó—. Lo iba a torturar del
mismo modo que él me torturó a mí.
Cuando
finalmente cayó en mis manos, al ver su cara, yaciendo indefenso en la
carretera, apretando sus joyas contra su pecho, resignado a morir, no lo pude
hacer, Maestro de Dharma. Sentí como si fuese a torturar a mi propio hermano.
—Todos
los hombres son hermanos —dijo Panthaka—. Cada hombre ha sido tu padre en una
vida pasada y cada mujer tu madre. Y con este hombre, tu tienes afinidades
especialmente fuertes, para bien y para mal.
Mahaduta
asintió:
—Debe
ser así. Ese día lo despojé de sus joyas y su oro pero dejé que él y sus
hombres se fueran.
El
oro se lo di a mis secuaces para que no protestasen por dejarlos escapar vivos.
Pero sus joyas todavía las tengo escondidas en una grieta en mi cueva. Por
alguna razón no he podido deshacerme de ellas.
No
era sólo cuestión de que una corona como esa es difícil de vender. Sentí que
tenía que guardarla para algo. No sabía para qué. Ahora me alegro de haberlo
hecho. Mahaduta paró un momento y se giró hacia Panthaka:
—Concédame
un último favor, Maestro del Dharma.
Mi
cueva está tras un cedro muy alto que hay junto al riachuelo media milla por
encima de nosotros.
Podrá
ver la parte más alta del cedro desde el camino. La corona de Pandú y sus joyas
están en una ranura vertical justo a la izquierda de la entrada. En la ranura,
vaya recto y después hacia arriba y a la derecha. ¿Puede recordarlo?
—Sí
—contestó Panthaka.
Mahaduta
continuó:
—Pero
no vaya solo. Dígale a Pandú que reclute treinta hombres armados. Mis hombres
son pocos y sin mí carecen de coraje. Pandú podría vencerlos fácilmente. Dígale
a Pandú que lo siento, y que deseo que recupere todas sus riquezas de nuevo.
Deseo para todos los hombres riqueza y felicidad, toda la riqueza y felicidad
que les he robado. Si vivo, o en mi próxima vida, hago el voto de ser como
Usted, Venerable Maestro del Dharma, y servir de ayuda a los hombres atrapados
en la red de sufrimiento que ellos mismos han creado con sus estúpidas
acciones.
Exhausto,
Mahaduta se reclinó. Ya no sentía ningún dolor en sus heridas, pero su vida se
extinguía. De repente, una gran sonrisa apareció en su cara. Levantó su mano
apuntando hacia arriba y exclamó:
—¡Mire!
El Buda está allí en su asiento, a punto de entrar en el Nirvana. Sus
discípulos, los grandes Arhates, están junto a Él ¡Mire! ¡Me está sonriendo!
La
cara de Mahaduta brillaba de felicidad.
—¡Qué
bendición más maravillosa que Él viniese al mundo!
—Sí,
fue una bendición—dijo Panthaka—. Apareció en el mundo debido a su compasión
hacia todos los seres vivos, para instruirnos en lo más importante: el problema
de la vida y la muerte. Nos enseñó a despertar al sufrimiento de este mundo, y
nos enseñó que el deseo egoísta es la fuente de todas las penalidades.
Nos
enseñó el Camino Correcto para poner fin a nuestro sufrimiento. Nos enseñó
moralidad, concentración y sabiduría para eliminar nuestra codicia, enfado e
ignorancia. Él mismo, a través de muchas vidas de cultivación y renunciación,
puso fin a sus propios deseos, y con amabilidad, compasión, alegría y
generosidad se ofreció a nosotros como ejemplo. Si todos los hombres y mujeres
pudiesen tomar refugio con Él, este mundo no sería el sitio pobre y peligroso
que es ahora.
Mahaduta
asintió. Bebió de las palabras del monje como un hombre sediento a quien se le
ofrece agua fresca. Intentó hablar pero no podía continuar. Panthaka comprendió
lo que quería y le administró los Tres Refugios, para que él también pudiese
ser un discípulo de la Triple Joya. Panthaka le repitió los Cuatro Grandes
Votos del Bodisattva:
Los
seres vivos son innumerables; yo hago el voto de salvarlos a todos.
Las
aflicciones son inacabables; yo hago el voto de extinguirlas todas.
Las
Puertas al Dharma son incontables; yo hago el voto de penetrarlas todas.
El
Camino a Buda es insuperable; yo hago el voto de completarlo.
También
repitió tres veces el verso de arrepentimiento del Bodisattva:
De todas las maldades que he cometido en el pasado,
Causadas por codicia, odio y estupidez sin límites,
Y producidas con el cuerpo, la boca y la mente,
Yo ahora me arrepiento y reformo.
Y el
siguiente verso:
Las ofensas surgidas de la mente serán arrepentidas en la mente.
Cuando la mente se extingue, las ofensas se desvanecen.
Con la mente desvanecida y las ofensas extinguidas, ambas vacías.
A esto se le llama el verdadero arrepentimiento y reforma.
Cuando
Panthaka estaba recitando, Mahaduta exhaló por última vez.
Capitulo 16
Con
su arrepentimiento auténtico, el ladrón ayudó a otros incluso después de su
muerte.
Panthaka
canceló su peregrinaje y volvió a Kaushambi. Fue inmediatamente a la casa de
Pandú a decirle lo que había pasado. Con una escolta de hombres armados, Pandú volvió
a las montañas. Los hombres de Mahaduta ya se habían ido. La bolsa de Pandú estaba
escondida exactamente donde Pandú había dicho, y la corona estaba allí,
intacta.
Panthaka
fue con ellos, y después de haber incinerado el cuerpo de Mahaduta y recogido
sus cenizas en una urna, Panthaka lideró a la gente allí presente en la
recitación de Sutras y mantras. Habló brevemente del poder del karma y del
incluso mayor poder de arrepentimiento y reforma. También recitó los siguientes
versos:
Nadie puede salvarnos excepto nosotros mismos.
Nuestra fuerza es mayor que la fuerza derivada de otros. Nosotros mismos debemos andar el camino de la Iluminación Correcta,
Nuestra fuerza es mayor que la fuerza derivada de otros. Nosotros mismos debemos andar el camino de la Iluminación Correcta,
Con Buda como nuestro gran maestro y guía.
—Nuestro
Anciano Maestro Narada—Panthaka continuó
—,
siempre nos recordó que nosotros solos somos responsables de nuestras propias
acciones, y que somos responsables de lo que nos pasa como resultado de esas
acciones. Ningún dios u otro ser nos van a recompensar o castigar. Nos
recompensamos a nosotros mismos, y nos castigamos a nosotros mismos. Todo surge
de la mente, y por lo tanto, el mundo es exactamente como nosotros lo creamos.
Este hombre, Mahaduta, a quien hoy hemos cremado y enterrado sus cenizas, llevó
una vida de maldad, guiado por malos pensamientos, nunca feliz. Pero al final
cambió. Su arrepentimiento y votos de reforma conmovieron al mismo Buda, quien
apareció frente a él y lo bendijo. Su vida terminó con una acción de perdón y
murió feliz. Todos nosotros podemos aprender de su ejemplo, pues ninguno de
nosotros carece de faltas. El karma nos conecta a todos como una tela de araña
creada por nosotros mismos. Y al mismo tiempo, todos somos capaces de
liberarnos mediante un arrepentimiento sincero.
Panthaka
hizo que en la tumba donde se depositó la urna con las cenizas de Mahaduta se
inscribiese el siguiente epitafio en una losa:
Aquí
yace Mahaduta, salteador de caminos.
Vivió
rodeado de violencia; y la violencia trajo su perdición.
Al
final, arrepentido, devolvió los frutos de sus robos,
Y
prometió andar el Camino Correcto.
El
Buda le sonrió y certificó su transformación.
¡MahaPrajñaParamita!
La losa junto al paso de la montaña acabó siendo conocida como la tumba del
ladrón arrepentido, y años después un altar fue construido a su lado. Allí los
viajeros y peregrinos se postraban a Buda y rezaban para tener un buen viaje y
para la conversión de los hombres malvados.
Capítulo 17
Amabilidad
y generosidad aseguran un futuro feliz.
Pandú
se convirtió de nuevo en un hombre rico, incluso más rico de lo que nunca antes
había sido. Sin embargo, ahora estaba más interesado en dar dinero que en
ganarlo, y dejó que sus hijos se encargasen de los negocios. Hizo lo mejor que
pudo para enseñarles que la prosperidad conseguida de modo fraudulento no es
duradera, y que si son generosos y amables se asegurarán un futuro feliz. Su
muerte llegó de un modo pacífico a una edad avanzada. Cuando se dio cuenta que
su muerte estaba cerca, llamó a sus hijos, hijas y nietos junto a su lecho y
les dijo:
—Queridos
niños, si en el futuro algo malo pasa en vuestras vidas, no culpéis a otros,
incluso si parece que son la causa de vuestra desgracia. Mirad dentro de
vosotros mismos. Mirad donde habéis sido orgullosos, codiciosos, avariciosos, o
rudos. Cambiad las faltas dentro de vosotros mismos, pues es algo que siempre
tenéis el poder de hacer. Si el cambio parece que está más allá de vuestras
posibilidades, buscad la ayuda de vuestro maestro, y rezad a los Budas y
Bodisattvas para que os ayuden. Una vez cambiadas vuestras faltas, la buena
fortuna y felicidad regresarán de un modo natural. Y cuando lleguen no las
guardéis para vosotros solos, compartidlas. Entonces nunca se agotarán.
Recordadme por el siguiente verso que el Venerable Narada me enseñó cuando lo
conocí por primera vez:
Aquel que causa daño a otros se daña a sí mismo;
Aquel que ayuda a otros se ayuda a sí mismo aún más.
Para encontrar el Camino puro, el Sendero de Luz,
Abandona la falsedad de que tienes un ego—.